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Seis tópicos en busca de escritor

Nadie está exento de incurrir en tópicos. Pero quizá porque han de contestar muchas veces a similares preguntas, o porque han de opinar sobre casi todo demasiadas veces como para no repetirse, los de los escritores quedan negro sobre blanco (vaya topicazo) en demasiadas ocasiones. Aquí se reúnen algunos:
1.- “Nunca me releo, o no releo nada de lo que he escrito”.
Quien escribió algo sabe que mientras escribe ya lee y relee bastante su texto como para quedar cansado, sin ganas de volver sobre él. Pero de ahí a no releerse nunca… Quienes están acostumbrados a recibir originales devueltos o a ver cómo otros ganan siempre los premios literarios a que concurren, tal vez sí acostumbren a abrir sus inéditos y corregirlos, volver sobre ellos, o pensar que tampoco están tan mal como para ser rechazados una y otra vez. Y quienes no, quizá también lo hagan, pero luego no reconozcan por no decir que hay que ver lo bien que escriben.
2.- “Siempre estoy corrigiendo”. “Hago un borrador y luego, corregir y corregir”. Ah, el prestigio de la corrección. La corrección y sus infinitas variantes florales. La pida, el arreglo, los cortes. ¿Algún escritor actual se atreve a decir: ahí lo lleváis, tal cual salió lo leéis? Parece que si un literato entrega una primera versión de su escrito no lo haya trabajado. Hay que podar, corregir, tachar, escribir una y otra versión, y luego otra. Si no es así, el libro parece un bodrio. Y me pregunto: ¿cuánto corrigieron Lope de Vega, Chéjov, Balzac, Simenon? Me temo que poco, porque escribieron miles de páginas, algunos en vidas muy cortas (Chéjov murió a los 44, Balzac a los 51) y haciendo muchas cosas más. ¿Corrigieron? Más bien poco. ¿Son sus obras peores por no hacerlo? ¿No escribieron una cantidad admirable de obras maestras?
3.- “Estoy escribiendo siempre, dándole vuelta a los personajes”. “Soy escritor las veinticuatro horas del día”.
La del escritor es una profesión como otra cualquiera. O debería serlo. Esa imagen romántica del escritor atormentado, que piensa sólo, y todo el día, en escribir, que lo hace aun en las condiciones más contrarias, todavía persiste. Y tiene éxito. Pero un escritor, como un ingeniero o un jardinero, tiene, debería tener, su horario, su jornal, vida más allá de lo que escribe, y publica.
4.- “He trabajado años en este libro”.
No creo que haya escritor vivo que se atreva a decir que ha escrito su novela en pocas semanas, como hizo Stendhal con su Rojo y negro. Un novelón largo, genial, despachado en poco más de dos o tres meses. Sciascia y Simenon escribían sus delgados libros en poquísimas semanas. ¿Son peores por ello? Dedicar mucho tiempo al trabajo está muy prestigiado. Si alguien emplea el doble del tiempo que otro en resolver algo, todos destacaremos su proverbial tesón, su capacidad de trabajo frente al otro, nunca que el primero demuestra ser bastante más torpe o menos resolutivo. Porque dedicarle mucho tiempo a un trabajo no es señal de lo inepto que es su autor. Ahí están los casos citados para corroborar que no por dedicarle más tiempo una obra ha de ser necesariamente mejor.
5.- “No tengo tiempo para leer”. “Mientras escribo apenas leo”. Uno no sabe si estas excusas las buscan escritores afamados para quitarse de encima a noveles con afán de reconocimiento o para evitar hablar mal de autores conocidos cuyos libros no soportan, pero lo cierto es que cada vez se oye más. ¿Cuántos novelistas tienen su mesa llena de novedades que ya han dejado de serlo, esperando ser leídas una vez terminen con el proyecto en marcha? Lo malo es que ese proyecto dará paso a otro, y este otro a otro. Y uno de pregunta: ¿cuándo leen lo que dicen que esperan leer? ¿No será que en verdad leen, o medio leen, pero se excusan en esta trillada excusa para pasar de puntillas por libros que no han acabado? Y por otra parte: ¿tan maleables son sus estilos o sus espíritus que cualquier lectura contemporánea les afecta mientras andan con sus propios proyectos y para evitar interferencias han de postergarlas? ¿O es que creen que por releer sólo a Shakespeare o a Dante se les va a contagiar su genio?
6.- “No puedo resumir el libro”. “Si he empleado 600 páginas en decir lo que digo, ahora no puedo resumirlo en dos palabras”. ¿Cuántas veces leemos u oímos contestar así a muchos escritores? Ya sabemos que hay algunos supuestos periodistas culturales que ni quieren ni piensan leerse un libro y pretenden que el autor les resuma en un titular lo que ha tardado dos o tres años en escribir. A esos jetas, ni agua. Pero de ahí a pretender que las tropecientas páginas de una novela, por ejemplo, no puedan resumirse, vaga e imprecisamente, claro, en unas cuantas respuestas a las preguntas periodísticas planteadas va un trecho. Nada puede sustituir a la lectura del libro, pero darse importancia no queriendo resumirlo es absurdo. O quizás es que algunos autores teman que, si cuentan mucho, luego el lector note que el libro añade poco a lo dicho en las entrevistas, que bien podría haberse ahorrado esas 600 páginas porque nada aportan a lo que explicó delante de un micrófono y una botellita de agua.
César Romero

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