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LA MÁS NUEVA FERIA DEL LIBRO VIEJO

Lo primero que busqué en internet, cuando me presentaron el invento en un cibercafé céntrico hace ya más de veinte años, fue la primera edición de La Realidad y el Deseo de Luis Cernuda, publicada en 1936 por Ediciones del Árbol. Para mi sorpresa, el buscador me devolvió, junto a un centenar de entradas más o menos académicas, la posibilidad de comprar varios ejemplares del volumen en distintas librerías españolas, argentinas y mexicanas. Pensé que era un camelo, que no podía ser, que había truco en alguna parte: ¿cómo era posible que un libro que hasta entonces había buscado incansablemente por librerías de medio mundo, sin suerte alguna, de repente, mediante una computadora en la que el usuario anterior había estado echando una partida simulando ser un controlador aéreo, se me apareciese repetido ahora y tan al alcance de la mano si estaba dispuesto a pagar lo que alguno de sus vendedores pedía? Ahora da hasta un poco de ternura contarlo, porque todos nos hemos habituado a hacer decenas de búsquedas a diario y el comercio por internet forma parte de nuestra cotidianeidad. Pero no conviene olvidarlo: por paradójico que parezca, uno de los gremios que antes supo ver cómo cambiaba el paradigma de venta comercial con la irrupción de la red fue el de los libreros de viejo. No es raro que así fuera: dado el género que venden, los libreros de viejo supieron desde primera hora que su clientela potencial se multiplicaba por todo el planeta gracias a la red, en esto se distinguían de las librerías de nuevo, pues estas venden, más o menos y desde la muerte de las librerías de fondo, todas lo mismo, es decir, lo que hay, la actualidad, el mero presente, pero las librerías de viejo, cada una con un catálogo distinto, cada cual especializada en lo que sea o sin especializar, vieron enseguida que aquello del mundo digital era un tren al que había que montarse inmediatamente. Supongamos a una persona interesada en las novelas de Joaquín Belda, porque de todo tiene que haber en este mundo: hasta antes de la llegada de internet debía fatigar catálogos de libreros y visitar librerías de viejo para dar con sus libros. En las librerías de nuevo, nada que hacer apenas, porque se trata de un autor apenas reeditado, no le interesa a la actualidad. A partir de que los libreros de viejo empezaron a colgar sus catálogos en red, esa persona podría conseguir en pocas horas lo que antes tardaba años en reunir: porque esta es una de las maravillas de los buscadores de libros en las librerías de viejo, están habituados a crear su propia actualidad, se pueden permitir el lujo de hacer caso omiso a lo que mandan desde la actualidad general, crean un refugio en el que un autor de -aparentemente- segunda o tercera división tenga una presencia mucho más importante que los supuestos nombres inesquivables de la actualidad, de los lanzamientos pomposos, de los libros de la temporada que hay que leer por prescripción unánime de los suplementos literarios.

Esto hay que reconocerlo: los libreros de viejo fueron, en el mundo cultural, de los primeros -si no los primeros- que vieron nítidamente las posibilidades de la red. ¡Aún comprábamos compacts y DVDs cuando ya conseguíamos libros en librerías de viejo que estaban a miles de kilómetros! De ahí que no sea de extrañar que, ante una situación excepcional como la que vivimos, en la que todo lo cultural parece haber sido condenado a la cancelación, el gremio de libreros de viejo idee, contra la posibilidad angustiosa de que el virus siga impidiendo la celebración de la intemperie, una feria del libro digital donde el curioso, el lector, el buscador de libros, dedique sus empeños a lo que siempre nos ha movido cuando visitamos una feria: tratar de encontrar títulos que se nos resisten a sabiendas de que probablemente no los encontraremos y a cambio de que sí encontraremos, inesperadamente, otros libros que no sabíamos que nos estaban aguardando. En realidad, lo llevan haciendo desde hace ya casi treinta años, cuando casi nadie podía imaginar cómo sería el mundo digital en el que estábamos desembocando. Es una exquisita forma de unificar lo digital y lo material: lo digital es el vehículo puesto al servicio de lo material. Los servicios postales o de mensajería, unas horas o unos días después de encontrado el libro que buscabas o despertada la curiosidad por un libro con el que no esperabas dar, permite que el libro llegue a tu casa o, si te queda cerca o al alcance, te pasas por una tienda a recogerlo.

La Asociación de Amigos del Libro Antiguo de Sevilla quiere llevar los libros a todos los rincones de la ciudad de Sevilla, de la provincia y más allá. Para ello, ante las circunstancias excepcionales en las que nos encontramos, pondrá a disposición de sus clientes un apartado en la web con los fondos disponibles en las librerías de viejo sevillanas. Con el objetivo de facilitar el acceso al valioso patrimonio bibliográfico que estas poseen y fomentar el comercio tradicional, los lectores podrán comprar los libros y recogerlos en la librería o solicitar su envío a domicilio. Quiera el ciego futuro que no nos quedemos sin la maravillosa celebración de la intemperie que es siempre una feria del libro viejo, ese lugar en el que novelas de kiosco de los años cincuenta de autores de los que no se acuerdan ni sus herederos están a la vera de primeras ediciones costosísimas que igual guardan aun una muestra de ADN de quien fuera su autor -un Lorca firmado vi una vez en una caseta de la Plaza Nueva-, donde buscamos lo que sabemos que no vamos a encontrar y, sin embargo, encontramos lo que ni siquiera sabíamos que estábamos buscando. Pero mientras las cosas remontan hacia la vieja normalidad, hacen bien los libreros sevillanos en activar su feria del libro digital y acompañarla de una serie de iniciativas -un concurso de relatos, una exposición de fotos- que permitirán volver a conjuntar, como vienen haciendo desde hace mucho, lo digital y lo analógico, lo antiguo y lo nuevo, lo de siempre y lo -esperemos- circunstancial.

JUAN BONILLA

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