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“Los libreros somos unos supervivientes”

Antonio Castro es uno de los libreros de referencia en Sevilla. Aunque su trayectoria comenzó con el libro nuevo en 1969, en la década de los setenta su dedicación cambió y, desde entonces, no ha dejado de trabajar con el libro antiguo. Del barrio de Santa Cruz a la Cuesta de Moyano y del Pasaje de Andreu a Oxford, Castro repasa en esta entrevista medio siglo de vivencias relacionadas con el sector del libro antiguo.
POR Ismael F. Cabeza
PREGUNTA: ¿Cuál es el origen de su relación con los libros?
RESPUESTA: Empecé a dedicarme a los libros con dieciocho años. Abrí una librería con un amigo, José Manuel Padilla. No era de libros viejos, sino de novedades. Estaba situada en el Pasaje de los Azahares. Eso fue alrededor de 1969.
Éramos lectores y muy jóvenes, no sabíamos bien qué queríamos hacer. Yo estaba haciendo teatro en el grupo Esperpento, que por aquel entonces dirigían Alfonso Guerra y José María Rodríguez Buzón. Padilla también pertenecía al grupo de teatro. Guerra y Buzón abrieron la librería Antonio Machado y nosotros decidimos abrir la nuestra. Se llamaba Cenital, en referencia a la luz central que ilumina un escenario teatral.
Hay una anécdota curiosa respecto al nombre de aquella librería. Eran años complicados, en plena efervescencia fascista. Mi padre era un anarquista reconocido y hubo gente que interpretó que el nombre era una suerte de clave, convirtiendo Cenital en CNT. Curiosamente, aquello nos sirvió para vender libros de teatro y anarquistas; empezamos a traer obras prohibidas que distribuía una editorial (y librería) llamada Visor Libros.
P: ¿Cómo surgió Antonio Castro Libros? ¿Cuántos volúmenes tiene actualmente?
R: Conocí a un librero de Madrid que se llamaba Carmelo Blázquez, nos hicimos amigos y en 1977 participé con él en la primera edición de la Feria del Libro Antiguo de Sevilla. Después me fui a Inglaterra y allí estuve trabajando para él, comprando libros españoles. Más tarde me fui con Blázquez a Madrid, donde trabajé llevando las tres casetas que tenía en la Cuesta de Moyano. Yo me dedicada a comprar libros para surtir a la librería y a las casetas.
Llegó un momento en el que me cansé de estar en Madrid y me vine a Sevilla, donde en el año 1987 monté la librería de Pasaje de Andreu. Fue en 2006 cuando me trasladé a la ubicación actual, en la calle Sol.
En cuanto a volúmenes que contiene, es difícil dar un número aproximado, pero entre los expuestos en la librería y el almacén podrían sumar alrededor de cien mil ejemplares. Catalogados para su venta por internet habrá algo más de veintitrés mil.
P: Su librería está especializada, o al menos lo estuvo en su origen, en Historia de América.
R: Sí, lo que pasa es que las especializaciones se orientan en función de las bibliotecas que se van comprando. Si compras cuatro buenas bibliotecas cuya temática central es la arquitectura o el cine, por ejemplo, puedes considerar que ya estás especializado en esos temas.
Sí es cierto que me gusta el tema de América, he viajado a dicho continente en varias ocasiones y siempre que he podido he participado en subastas de libros sobre Historia de América.
P: ¿Hay algún volumen que tenga o haya tenido del que guarde un recuerdo especial?
R: Hay algunos ejemplares que me hubiera gustado no vender, pero no tengo dinero para ello. Yo soy librero, no coleccionista. Para ser coleccionista de libros importantes hace falta tener un desahogo económico que yo no tengo, así que no me puedo permitir el lujo de quedarme con muchos de los libros que me gustan.
Es complicado elegir alguno con una significación especial, ha habido muchos. Recuerdo una primera edición, publicada en 1670, de la Mística Ciudad de Dios, de Sor María de Jesús de Ágreda, una obra que fue prohibida por la Inquisición y calificada por la Sorbona de burla impía de los Evangelios y pasajes claramente pornográficos.
También recuerdo alguna edición preciosa de Torre Farfán, por ejemplo.
P: Anteriormente comentó que tiene catalogados unos veintitrés mil libros para su venta por internet. ¿Cuáles son los lugares más habituales y cuáles los más exóticos de donde le llegan pedidos?
R: Hace poco salió un libro para Australia; nos llegan pedidos de otros lugares lejanos como Corea del Sur, Japón, sobre todo de estudiantes interesados en temas americanos. Hace un tiempo me llegó un pedido de Alaska. Internet es una tienda abierta veinticuatro horas al día y trescientos sesenta y cinco días  al año, por lo que pueden llegar pedidos de cualquier parte del mundo. De donde no suelen llegar apenas es de África ni de países árabes de Asia.
P: A un sector cuya situación nunca ha sido demasiado boyante, ¿cómo le ha afectado la crisis que padecemos desde hace unos años?
R: La crisis permanente de este sector es una realidad en España. En otros países no ocurre lo mismo; tengo amigos y compañeros de otros países que no tienen ese tipo de problemas. Hace poco se ha celebrado una gran feria en París y ha habido otra en Londres, que han funcionado muy bien. Las de Berlín, Nueva York o Los Ángeles también suelen obtener magníficos resultados. Existe una dinámica muy positiva en cuanto a compras y ventas, pero en España sí que se vive una crisis que no termina de pasar.
P: ¿Qué incidencia ha tenido internet en la subsistencia del negocio?
R: Muchas librerías habrían cerrado de no ser por las ventas a través de internet. No obstante, tiene también un efecto negativo en cuanto a que se está produciendo una carrera de precios a la baja.
P: Antes existía una disparidad de precios que imagino que con internet ya no existirá, o al menos no de forma tan marcada.
R: En Alemania o en Francia había revistas especializadas que establecían los criterios a la hora de fijar los precios. En España había una anarquía absoluta porque no había información. Internet ha llegado para homogeneizar precios, pero al mismo tiempo ha provocado una bajada asombrosa. Ahora se están vendiendo libros un treinta o un cuarenta por ciento más baratos que hace diez o quince años. Los coleccionistas españoles tienen ahora una magnífica oportunidad para adquirir obras a unos precios muy bajos.
Otro gran problema es el intrusismo. Ahora cualquier particular puede poner su biblioteca en venta, no paga ningún tipo de impuesto y se puede permitir el lujo de tirar los precios. No existe una vigilancia por parte de los organismos pertinentes para atajar ese intrusismo.
P: Muchos de esos particulares es posible que ni siquiera sepan el valor real de lo que venden.
R: Así es. En muchos casos son gente que no tienen ninguna responsabilidad ni criterio. Eso es algo que a los profesionales nos perjudica.

Foto: José Ángel Borja

P: En el caso de Antonio Castro Libros, ¿cuál es el porcentaje de ventas por internet?
R: Abrumador. Las librerías físicas se han convertido en un reducto donde la gente parece que ya no se atreve a entrar, buscar y preguntar cosas, muchas veces por inseguridad. Ese miedo reverencial se nota también en las ferias, aunque menos. En mi caso prácticamente todo lo que vendo es por internet, vendo muy poco en la tienda. Eso hace que uno se oriente a dirigir ofertas concretas a cierto tipo de cliente que sabes que está interesado en algo más específico, antes que exponer el libro en la tienda y esperar que venga alguien a hacerse con él.
Internet ha ayudado al sector evitando el cierre de muchos negocios, pero por otra parte creo que ha arrebatado parte de la magia que tenía esta profesión.
P: ¿Qué tipo de libros se venden mejor?
R: Una buena parte de los compradores son estudiantes o investigadores. En Sevilla tenemos la fortuna de contar con el Archivo de Indias, un lugar donde acuden anualmente varios cientos de investigadores. A menudo necesitan libros que complementen los documentos que pueden manejar y consultar en los archivos, por lo que suelen acudir a mi librería.
En cuanto a qué se vende más, seré muy claro: lo más barato (risas).
P: Fue presidente de la Asociación de Amigos del Libro Antiguo de Sevilla. ¿Cómo ha evolucionado la Feria desde aquel lejano 1977 y cómo la ve a día de hoy? ¿Qué se podría hacer para mejorarla?
R: Fui presidente unos diez años, en parte porque nadie quería el cargo. En aquella época no había subvenciones de ningún tipo para montar la Feria. Hay cosas que sí han evolucionado, como las casetas, por ejemplo, pero siempre he pensado que se invierte poco en publicidad y difusión. Hay pueblos grandes de la provincia que no cuentan con una feria de este tipo y sería conveniente darla a conocer para que acuda gente de más allá de la capital. En ese sentido creo que pecamos un poco de ingenuos.
P: ¿Qué fue de aquel proyecto de recinto permanente para el libro antiguo?
R: Eso lo llevé yo personalmente durante algún tiempo. Soledad Becerril estaba de acuerdo y Rojas Marcos también. Se barajaron varias ubicaciones; la que a mí me parecía más interesante era el Prado de San Sebastián, con zona de sombra, importante en una ciudad tan calurosa como Sevilla, y un emplazamiento ideal por la concentración de paradas de autobuses, la proximidad de la Universidad y la afluencia de turistas al Parque de María Luisa, Plaza de España…
Más tarde surgieron otras zonas. La idea era hacer algo como la Cuesta de Moyano de Madrid, unas casetas de obra, bien construidas y permanentes, de unos cinco metros de largo para cada librero, con la posibilidad de sacar libros a la calle y entoldar los árboles de la zona para evitar que la resina afectara a los libros.
Sigo pensando que es un proyecto interesante y además crearía puestos de trabajo porque los libreros tendríamos que contratar a alguien que estuviera allí.
P: ¿Qué opinión tiene sobre El Jueves de calle Feria?
R: El Jueves es como el mar: siempre ha estado ahí (risas). No tengo nada en contra de la gente a la que ocasionalmente le entran libros y decide venderlos allí; lo que no me parece tan bien es que haya profesionales enmascarados. Ocurre también en portales de internet, donde hay profesionales que utilizan algunas herramientas para no pagar impuestos. Me parece vergonzoso que nosotros como gremio tengamos que denunciar estas prácticas, porque es lo que vamos a tener que hacer para luchar contra el intrusismo y el ventajismo que supone para algunos dedicarse a esto sin pagar nada. Estas cosas tendrían que ser vigiladas por la Administración y la Delegación de Hacienda.
P: En su opinión, ¿cuál es en la actualidad la mejor biblioteca de Sevilla y cuál ha sido la mejor que ha conocido en sus años de dedicación al libro antiguo?
R: Uno tiene que mantener la confidencialidad y cumplir la Ley de Protección de Datos, por lo que prefiero no dar nombres, pero sí te voy a decir que en Sevilla hay muchas bibliotecas que ni se compran ni se venden, son bibliotecas muertas, suspendidas en el tiempo. Sus dueños no están interesados en lo que contienen pero tampoco quieren deshacerse de ellas. Eso para un librero es para morderse las uñas, pero no se puede hacer nada. Son bibliotecas fósiles pero con un valor enorme.
Hace poco he tenido la constatación de un hecho que se produce en algunas familias: cuando reparten una herencia y esta incluye una biblioteca, la disgregación de los libros puede llegar hasta el punto de que una valiosa colección que consta de treinta tomos acabe repartiéndose en diez para cada heredero, perdiendo su valor como unidad. Son cosas que aún ocurren, aunque parezca mentira.

Foto: José Ángel Borja

P: ¿Cómo es Antonio Castro como lector?
R: ¿Conoces una librería que se llama Cajón Desastre?
P: Sí, de Ponferrada.
R: Pues así son mis lecturas, un poco desastre. Un librero suele ser un lector anárquico. De repente hay un tema que le interesa y lee todo lo que cae en sus manos sobre ese tema. Así va pasando de uno a otro. Yo tengo siempre un mínimo de tres libros de lectura simultánea: si duermo en un lugar tengo uno, cuando duermo en otro sitio la lectura es distinta; en la librería compagino al menos otros dos libros… y otro para el baño, por supuesto (risas).
En cuanto a géneros, me gusta mucho la novela negra. Sobre todo los clásicos: Dashiell Hammett, Raymond Chandler y allegados, Parker, Macdonald…
También me interesa un tipo de literatura que se está produciendo en Estados Unidos: la literatura de frontera. Son novelas que suelen reflejar un mundo sórdido, como es realmente aquella zona, y que está provocando el curioso fenómeno del Espanglish, una mezcla entre el español y el inglés.
P: No me resisto a preguntarle por una curiosa anécdota de la época en la que viajaba a menudo a Inglaterra, relacionada con un barco cargado de libros en plena II Guerra Mundial.
R: Sí, ese fue el librero Juan Gili, de la familia del editor Gustavo Gili de Barcelona. Este hombre, al que conocí personalmente (estuve en su casa de Oxford en varias ocasiones), tenía una editorial llamada Dolphin Books y editaba libros de temas españoles, sobre todo literatura del Siglo de Oro.
Era un personaje muy interesante y entrañable; publicó la primera edición de Ocnos, de Cernuda. También El público, de Lorca. El manuscrito original de este último se lo pasó Jiménez Estrada, a quien se lo había entregado el propio Lorca en la estación de Madrid cuando se dirigía a Granada, donde finalmente sería asesinado.
Juan Gili compró la biblioteca de Foulché-Delbosc, en París, que era una biblioteca importante de libros españoles en su mayoría. Los alemanes estaban a punto de entrar en Francia y se la jugó: cogió un barco, lo cargó con todos los libros y atravesó el Canal de la Mancha cuando estaba absolutamente infestado de submarinos alemanes hundiendo todo lo que se les ponía a tiro.
Llegó a Inglatera, se estableció en Londres y más tarde en Oxford. Era un magnífico librero. Su biblioteca personal, por cierto, era muy pequeña pero surtida de ejemplares maravillosos, primeras ediciones del Siglo de Oro, San Juan de la Cruz, Fran Luis de León, Góngora…
P: Para terminar, ¿cómo ve el presente y el futuro del libro antiguo en nuestra ciudad?
R: Tal vez esa pregunta se la tengas que hacer a algún librero joven. Yo el futuro no lo veo mucho; tengo casi setenta años y al final lo que veo es una pared cada vez más cercana (risas).
Sí te puedo decir que los libreros somos unos supervivientes, porque hemos vivido una crisis tremenda. Cuentan que a Unamuno le entregaron un manuscrito para que lo leyera. Cuando el autor del mismo, que era muy pesado, le quiso entregar un segundo texto para que lo valorara, Unamuno le dijo: “no necesito leerlo, porque el segundo tiene que ser mejor, seguro” (risas). Es muy difícil que a los libreros nos pueda ir peor de lo que nos ha ido durante la crisis.
MÁS INFORMACIÓN:
Librería Antonio Castro
C/ Sol 3, 41003 – Sevilla
Teléfono: 954 21 70 30
www.castrolibros.es
castrolibros@telefonica.net

 

 

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