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Libros dedicados

Las dedicatorias de los libros me recuerdan a aquellos programas de radio en los que se emitían discos dedicados. El locutor daba lectura a textos entrañables que le eran remitidos por los oyentes antes de que sonara la canción solicitada. Para Manoli, de su novio que la quiere más que a nada en el mundo; para Anita, la mejor esposa de España de su marido que tanto la quiere; para Luisito, el niño más guapo del mundo de sus padres que le adoran, para los abuelos más buenos del mundo, Antonia y Francisco, de sus nietos con todo el cariño… Y así cuatro o cinco dedicatorias antes de anunciar los sones de Torre de arena por Marifé de Triana, Cinco farolas por Juanita Reina, Dos gardenias, por Antonio Machín, Mirando al mar por Jorge Sepúlveda…
Los libros también se dedican. Jamás me interesó la firma de un ejemplar por alguien que no conozco, aún menos si se trata de un best-seller, objeto que nunca compro, cuyo autor firma ejemplares en unos grandes almacenes o una feria como parte de su trabajo, como si fuese un albañil que pone un ladrillo tras otro hasta levantar una tapia. Más entrañables me resultan los libros dedicados, no por el autor, sino por aquél que los compra y que se toma la molestia de escribir unas líneas para quien los recibe.
La figura que más admiro dentro de los afectados por el virus de la lectura y la bibliofilia es el que echa sus redes en las librerías de viejo. Siempre pesca algo. Y además no de ración, como los ejemplares de piscifactoría, sino un espécimen único muchas veces imposible de encontrar. Y dentro de esas piezas dotadas de personalidad propia llaman mi atención los que han sido dedicados, tanto por sus autores, como por sus compradores o propietarios anteriores. Toda una historia detrás de una obra impresa que en su día fue capaz de llamar la atención de un lector o de quien lo adquirió pensando en una persona a la que podría agradarle.
Guardo como joyas libros dedicados por autores amigos y por quienes los compraron pensando que podrían interesarme dejando escritas unas palabras a veces excesivamente amables, fruto sin duda del aprecio personal. Son libros que gozan de un lugar especial en mi biblioteca de la misma forma que lo ocupan en mi corazón. Junto a ellos se acomodan libros que proceden de librerías de viejo previamente dedicados a otras personas y que me hacen meditar sobre la finitud de la vida y sobre el destino del bien más querido por el amante de los libros, su biblioteca, de la que algún día se separará y Dios sabe dónde acabará. Más fácil es saber dónde reposarán nuestros huesos o a dónde irán a caer nuestras cenizas que adivinar dónde acabarán nuestros libros.
Me manda mi amigo José Manuel un libro que acaba de llegar a su librería de viejo. Se trata de un ejemplar dedicado por su autor nada menos que a don Gregorio Marañón, y Posadillo de segundo apellido, aunque a él no le gustaba que se lo pusieran. Yo lo hago, no para molestar al ilustre y humanista gallego, sino para diferenciarlo de su hijo, el también escritor Gregorio Marañón Moya. Se trata de un poemario titulado Eternidad, publicado en 1923, cuyo autor Alfredo Cabanillas escribe la dedicatoria siete años más tarde al distinguido Dr. Sr. D. Gregorio Marañón, con toda pleitesía. El propio D. Gregorio anota a continuación que se trata de un regalo de su hermana Lolita.
Toda una historia escondida en un libro que escapa de la vulgaridad editorial imperante. Pero la historia de este ejemplar no se queda ahí. En la página contigua a la dedicatoria, el autor ha escrito un párrafo dirigido a Marañón, sin duda motivado al saber el destinatario al que iba dirigido. Estimado Sr. Adjunto me permito, enviarle dedicado mi libro de versos “Eternidad”. Encontrándome en una situación económica tan frecuente por desgracia en los artistas que empezamos, me dirijo a Vd. tan generoso y comprensivo, por si tiene a bien socorrerme con algún donativo, con gracias anticipadas le saluda atentamente… A. Cabanillas (10-12-30).
El autor, como se define a sí mismo, un poeta que inicia su andadura por el difícil mundo de la literatura, apela al prestigio de su futuro lector al tener noticia de su identidad. La gran influencia que Marañón desempeñaba por entonces en el mundillo literario e incluso en la política nacional, piensa el autor que es una oportunidad que se le presenta y que no está dispuesto a desaprovechar, al menos a intentarlo. Un drama personal que se expresa con una sinceridad tan grande que me ha cautivado y me ha movido a leer sus poemas y a interesarme por él.
Desconozco la influencia que tuvo el suceso en el devenir profesional de Alfredo Cabanillas, pero años después figura como director del diario liberal El Heraldo de Madrid, llegando a ser jefe del gabinete de prensa de Manuel Azaña al principio de la Guerra Civil, hasta que su condición de católico y su oposición a la represión practicada en Madrid durante los primeros meses de la contienda motivaron su expulsión del partido Unión Republicana exiliándose a mediados de 1937. No eran buenos tiempos para ser liberal y el mismo Marañón unos meses antes había abandonado España. Todo un drama personal que se inicia en unos comienzos difíciles, alcanza unas cotas de relevancia y finaliza con un desengaño que reflejó en unas memorias que tituló Historia de mi vida.
ISMAEL YEBRA

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